70° Aniversario del paso a la inmortalidad de la abanderada de las y los humildes

1952 – 26 de julio – 2022  


En un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad de Evita, la Dra. Hilda Noemí Agostino, Directora de la Junta de Estudios Históricos de La Matanza, dependencia de la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional de La Matanza, brinda una reflexión sobre historia y memoria a partir de su testimonio.




Al cumplirse 70 años del fallecimiento de Eva Perón escribiré en su homenaje, primero, desde aquella que alguna vez fui y no como la cientista social que soy.


Hubo una vez una niña que tenía 8 años y estaba separada de su familia porque una grave afección afectaba a su papá y su mamá trabajaba y tenía otra beba, lo cual volvía muy difícil el cada día y por eso unas tías que vivían en el campo bonaerense habían invitado a la mayor de las hijas a vivir ese año con ellas. Las tías eran ancianas y muy poco recordaban de niños y de sus necesidades y quizá sería por eso que la chiquilla no tenía juguetes con que paliar su añoranza por su mamá y su casa. Todos los días se ponía muy triste cuando no venían a buscarla ni llegaban cartas de Buenos Aires pero una mañana en la escuela, adonde concurría, llegaron muchas cajas y adentro de ellas ¡JUGUETES! Las maestras hicieron formar a todos los alumnos y fueron repartiendo aquellos hermosos chiches. Cuando llegó su turno, a ella le dieron una muñeca, con carita de porcelana, cuerpito de trapo y bracitos y piernitas danzarinas, bajo un vestidito de plumetí verde. ¡No lo podía creer! ¿Quién le mandaba a ella esa muñeca? Poco después la pregunta fue respondida, se lo dijo su maestra y aunque no entendió todo lo que explicaban, un nombre le quedó en su cabecita: Se la enviaba EVITA.
Y recordó entonces que su mamá una vez había dibujado con ella en su cuaderno a la señora regalando cosas a la gente y escuchó la voz de su mamita que le decía que Evita era un “hada buena” y que gracias a su marido, ella había tenido para comprarle una radio a su abuela en una navidad.
Entonces formó su historia en su cabeza. Evita sabía que ella estaba triste porque no estaba con su familia y también que no tenía ningún juguete y por eso le mandaba esa muñeca. La abrazó fuerte, fuerte y le puso de nombre “Evita” y jugó cada día con ella hasta que llegó su mamá a buscarla, muchos meses después.
Y así quedó para siempre en su corazón y en su mente grabada la idea de que cuando alguien gobierna un país pero realmente quiere a su pueblo, jamás olvida a ninguno, por más pequeño que sea y lo acompaña con aquello que precisa, porque le importa de verdad.

Volviendo a la profesión que ejerzo como historiadora creo necesario aclarar que este recuerdo que comparto y que marcó mi infancia y muchas de mis elecciones posteriores en el campo ideológico, fue revisado muchos años más tarde y, ya provista de otras herramientas de análisis, me di cuenta que el año en que esto sucedió era 1955, pocos meses antes del golpe de estado. En ese año Evita ya había fallecido y quien enviaba los juguetes era la Fundación Eva Perón en su último año de labor porque sería desmantelada poco después.
Por lo tanto, todo lo que yo imaginé fue producto, exclusivamente, de mi necesidad infantil y mi ignorancia de lo que acaecía en el país. En esa época no había televisión y la radio era escuchada por los mayores. Evita ya no vivía, pero yo durante muchos años estuve convencida que ella me había enviado mi muñeca tan amada.
Los que trabajamos con técnicas de Historia oral y las utilizamos frecuentemente, debemos obligatoriamente triangular con documentos u otros testimonios, cuando realizamos entrevistas a protagonistas de diversos procesos, porque la memoria acomoda y limita a la verdad histórica y esta debe ser siempre “nuestro norte”.


Y ahora desde ambos lugares, la de “la niña” y el profesional, me permito decir:

¡Gracias Evita!

¡Gracias mamá, por enseñarme a amarla!

¡Gracias pueblo argentino por recordarla!


Dra. Hilda Noemí Agostino

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